Hace un años 5 jóvenes procedentes de Playa Vicente regresaban a sus casas después de una fiesta y jamás se les volvió a ver. Policías estatales en Tierra Blanca los detuvieron y entregaron al Cártel de Jalisco Nueva Generación. ¿Qué ha pasado en un año después de la tragedia?, nada, dice uno de los familiares de los jóvenes, en lo absoluto. La justicia no ha llegado y hay sospechas de que los detenidos podrían evadir los delitos imputados y quedar libres.
Por Ignacio Carvajal
Ciudad de México, 14 de enero (SinEmbargo/BlogExpediente).- La estilista Adriana González Díaz hoy no sentía ánimos de salir de la cama. Su papá, mamá y hermana, tampoco.
En el hogar de la familia de Adriana, desde hace un año, los días son sombríos y reina la incertidumbre por la falta del hombre de la casa, José Alfredo González Díaz, uno de los cinco chicos de Playa Vicente víctimas, Veracruz, de desaparición forzada y homicidio a manos de policías del ex secretario de seguridad pública del Gobierno de Veracruz, Arturo Bermúdez, y delincuentes.
Desde la casa de Bernardo Benítez Herrera, vocero del grupo de padres, Adriana González se aferra a la memoria de su hermano mientras espera el rezo colectivo por el alma de los chicos:
«No me explico, al paso del tiempo, cómo es que un hombre de 140 kilos salió un día de su casa, y después, te lo regresan en forma de una gota de sangre, ¿cómo?».
Su hermano José Alfredo, así como el hijo de Bernardo Benítez, Bernardo Benítez Herrera, son los únicos identificados de entre los miles de restos y tejido localizado en el rancho El Limón, de Tlalixcoyan, el último destino de los jóvenes criminalizados por elementos de la SSP que los entregaron a la delincuencia por haberlos notado sospechosos por el coche en el cual se desplazaban, un Jetta con placas de la Ciudad de México, vidrios polarizados.
¿Qué ha pasado en un año después de la tragedia?, nada, dice, en lo absoluto. La justicia no ha llegado y hay sospechas de que los detenidos podrían evadir los delitos imputados y quedar libres.
En ese año, cuenta:
«Yo enfermé, mamá, enfermó de diabetes e hipertensión; mi padre, de diabético, operado de una pierna, deprimido; mi hermana, también, de plano dejó su trabajo al no poder lidear con la depresión y para atender a mis papás cuando yo trabajo.
«En la casa tuvimos que vender unos terrenos, quedarnos sin nada, porque no teníamos para las vueltas y los gastos de la casa. Mi hermano, el desaparecido, él era el sustento y hasta ahora no nos ponemos de acuerdo con quien va llevar esto o va cuidar a los padres. Estamos en un proceso de aprendizaje. La verdad, la desaparición de mi hermano, nos cambió la vida de golpe, hemos perdido mucho. Desde la salud hasta la tranquilidad, afirma.
Sentada en medio de más familiares y conocidos del pueblo, recuerda a su hermano por trabajador. Antes de morir, era empleado del alcalde Abdón Márquez comprando ganado para comercializar o engordar. Tenía varios años ejerciendo esa actividad y ya contaba con su propio capital.
«La verdad que por culpa del gobierno, que no hace bien su trabajo, que es garantizar la seguridad para cada ciudadano, perdimos a nuestro hermano. No esperamos que nos den dinero o algo. Ningún dinero repara la pérdida de un ser amado pero si exigimos ser reconocidos como víctimas para acceder a los apoyos, pues nos son de mucha urgencia.
Adriana cuenta que la que más ha sufrido en casa, además de la mamá, es a hermana mayor. Ella veía al joven desaparecido como un hijo, y en se tenor, ella también lo ayudaba y su pérdida la pulverizó.
Al enterarse en su trabajo, una farmacia, le dan un permiso extendido para las vueltas. Pero ya no pudo regresar, no se repone. Está muy enferma de hipertensión y tristeza. Después de ser una mujer productiva, fuerte y encargada de varios asuntos en el hogar, ha pasado a ser una mujer más tímida, temerosa.
«Nos acabaron la vida en un dos por tres, la verdad, estamos completamente tronados. No sé qué haríamos sin el apoyo de mi tío Bernardo» afirma.
RECUERDO DE AMOR
El reportero encuentra a Bernardo Benítez Herrera a las 2:30 PM en su casa de Playa Vicente. Hace un año, a esta hora, recuerda, ya marchaban rumbo a Tierra Blanca a buscar a los muchachos presuntamente detenidos por la SSP. Fue la última vez que Bernardo y su hijo del mismo nombre, se comunicaron. El chico le anunció a su papá su pronto retorno a Playa Vicente.
Parado frente a la capilla edificada en el solar de la residencia de los Benítez Arróniz, recuerda:
«Yo le llamé, y me dijo que ya venía de regreso a Playa Vicente luego de haber ido a un show en el bar La Berrinchuda, de Boca del Río”.
Bernardo le da el jalón final al cigarro entre sus dedos. Lo saborea y lo arroja lejos de su jardín, que ahora se ha vuelto un santuario para los cinco jóvenes. Fotos de ellos, ropa, objetos personales, veladoras y flores enmarcan la escena en donde Bernardo mira fijamente la foto de su hijo, y aun lado de su retrato, el de otro hombre mucho mayor, Manuel Benítez, Padre de Bernardo Benítez Herrera. El rostro del patriarca de la familia se nota hosco pero afable. Era alto y robusto, como la mayoría de los pobladores en este lugar. Sin embargo, era muy desconfiado y eso de nada le sirvió el día que lo secuestraron, en 2009, Manuel Benítez fue «levantado» cerca de su rancho.
«Siempre se iba muy temprano y llegaba a su rancho ya para el amanecer. Por allá lo agarraron. Nos pidieron el rescate, se pagó, allá por Oaxaca y los maleantes no cumplieron su palabra. Desde entonces, se desconoce su paradero.
La capilla desde donde habla Bernardo Benítez es espaciosa, con detalles de mármol rosa, loseta y techo adornado con tejas, la construcción honra a los «muertos» de la familia, dice Bernardo Benítez en tono de broma. «Es chiquita, pero no creas, acá vamos a caber todos los de esta casa, sólo quedamos cuatro. En su interior, como tesoros, se encuentran los restos del hijo finado.
Dentro de una pequeña urna, a la vista de los visitantes, sus seres queridos no la quisieron depositar en un cementerio.
Frente a la capilla, hay numerosas sillas y las fotos de los cinco ausentes físicamente. La familia Benítez Arróniz está a la espera de más invitados, pues se hará un rezo antes de la misa de la 7:00 PM. A las cinco y media, ya no cabía nadie más.
Mujeres en su mayoría, algunas no dudan en mostrar lágrimas al oír las peticiones de la rezandera. «Señor, con esta oración te pedimos paz, resignación para sus amados, y pedimos por el descanso eterno del alma de esos muchachos. También estamos a la espera de justicia», dijo la encargada de los rezos, y pasó lista pidiendo un Avemaría:
«Los vamos a recordar»: Mario Arturo Orozco Sánchez; Bernardo Benítez Arróniz; José Benítez de la O; Alfredo González Díaz y Susana Tapia Garibo.
GRACIAS A TODOS
Columba Arróniz, madre de Bernardo Arróniz, se despide de sus compañeros en el duelo:
«No tengo palabras para agradecer todo el apoyo, a veces me pregunto como pudimos soportar todo el infierno en donde estuvimos, y creo que tuvo que ver todo el apoyo de ustedes, gracias».
Luego de sus palabras, ordenó sirvieran un refrigerio para quienes participaron de sus jaculatorias. Espagueti rojo con crema, un volován y arroz con leche envinado. Faltaba una hora para la misa en memoria de los chicos y desde la cual el pueblo exigió justicia.
Bernardo Benítez, quien ha fungido como vocero y principal organizador del grupo, muestra distancia con quienes hacen oraciones. A unos cuantos metros prende otro cigarro. En su cabeza dos preocupaciones: la Fiscalía General del Estado no les ha permitido checar el proceso donde se concentran pruebas y señalamientos contra los once civiles y ocho oficiales de la SSP encarcelados por el tema, y «tenemos rumores de que por alguna razón, todos ellos puedan salir libres».
Ahora, lo más apremiante, dice Bernardo Benítez, es lograr sentencia para los implicados. «Es lo que estamos pidiendo al gobierno».
«Ya queremos que todo esto termine, ver la justicia, pues si de algo no tenemos ganas, es de andar en estas situaciones, es lamentable y doloroso. Esto implica gastos, dinero, tiempo y nosotros ya estamos hartos», reitera Manuel Benítez.
«No vamos a dejar de pelear, hasta donde se deba llevar esto, lo haremos. Todo lo legal, vamos a seguir empujando en las últimas instancias. Dijo José Benítez Herrera padre afectado de Playa Vicente.
«De mi hijo no se supo nada, no se encontró ningún rastro. Pero ya estamos resignados a que les pasó lo mismo», resuelve mientras se muerde los labios.
LA BARBARIE
Durante el refrigerio posterior al rezo, alguien cuenta una historia que sólo dimensionan quienes son padres:
Detenido y señalado de haber dado la orden para entregar a los cinco chicos a una célula de la delincuencia, Marcos Conde se consumía en su celda en Cosamaloapan.
Los años del otrora poderoso comandante nocturno de la Policía Intermunicipal Veracruz-Boca del Río y ex delegado de la SSP, se habían empañado por el cautiverio que un día fue interrumpido abruptamente por empleados de la Fiscalía.
«Ten, arregla tu problema, tú entiendes cual es», le dijeron los fiscales al entregarle un trozo de cuerda.
Antes de partir, la advertencia directa:
«Y si no lo haces, será peor».
La historia del fallido intento de suicidio llegó hasta las oficinas de más arriba en Xalapa y se dio la orden de tenerle más vigilancia.
A los pocos días, su hija, Lorena Conde, apareció sin vida, envuelta en sábanas, cerca de su domicilio, en el puerto jarocho. En 2015 ya había perdido a su primogénito. Los dos casos permanecen en la impunidad.
«Cuando yo lo conocí, me contó que tenía poco de haber perdido a uno de sus hijos de una forma trágica y muy cruel. Me entendía, según él, nos iba a ayudar», contó Bernardo Benítez.
ADEMÁS
SU PARTIDA NO SIRVIÓ DE NADA
Palabras de Bernardo Benítez Herrera:
¿Qué le puedo decir a los padres de Veracruz? Cuiden mucho a sus hijos. Que los quieran. Que los amen. Pero sobre todo, que los cuiden.
Les puedo decir que Veracruz, pese a lo que pasó a nuestros muchachos, no es más seguro, nada cambió. La muerte de nuestros hijos no sirvió para hacer de este lugar un sitio más seguro.
Nosotros lo único que hicimos fue destapar la cloaca… Veracruz sigue siendo un gran panteón, lleno de fosas clandestinas, en donde todos los días aparecen cuerpos regados.